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Carta a la maestra.

27 Septiembre, 2012

¿Debe la educación preparar aptos competidores en el mercado laboral o formar hombres completos?

Carta a la maestra.

  1. Escrito por: Fernando Savater. .
".... Actualmente coexiste en este país el hábito de señalar la escuela como correctora necesaria de todos los vicios e insuficiencias culturales con la condescendiente minusvaloración del papel social de las maestras y maestros" ¿Que se habla de la violencia juvenil, de la drogadicción, de la decadencia de la lectura, del retorno a actitudes racistas, etc.? Inmediatamente salta el diagnostico que sitúa -desde luego no sin fundamento- en la escuela el campo de batalla oportuno para prevenir males que más tarde es ya dificilísimo erradicar. Cualquiera diría por tanto que los encargados de esta enseñanza de tan radical importancia son los profesionales a cuya preparación se dedica mas celo institucional, los mejor remunerados y aquellos que merecen la máxima audiencia en los medios de comunicación. Como bien sabemos, no es así. La opinión popular da por supuesto que a maestro no se dedica sino quien es incapaz de mayores designios, gente inepta para realizar una carrera universitaria completa, y cuya posición socio económica ha de ser necesariamente ínfima. Incluso existe en España ese dicharacho aterrador de "pasa más hambre que maestro de escuela"..." Y cuando se debaten presupuestos ministeriales, aunque de vez en cuando se habla retóricamente de dignificar el magisterio las mayores inversiones se da por hecho que deben ser para la enseñanza superior. Claro, la enseñanza superior debe contar con más recursos que la enseñanza... ¿inferior?. Todo es un auténtico disparate. Quienes asumen que los maestros son algo así como "fracasados" deberían concluir entonces que la sociedad democrática en que vivimos es también un fracaso. Porque todos los demás que intentamos formar a los ciudadanos e ilustrarlos, cuantos apelamos al desarrollo de la investigación científica, la creación artística o el debate racional de las cuestiones públicas dependemos necesariamente del trabajo de los maestros. En el campo educativo poco se habrá avanzado mientras la enseñanza básica no sea prioritaria en inversión de recursos, en atención institucional y también como centro del interés público. Hay que evitar el actual círculo vicioso, que lleva de la baja valoración de la tarea de los maestros a su ascética remuneración, de ésta a su escaso prestigio social y por tanto a que los docentes más capacitados huyan a niveles de enseñanza superior, lo que refuerza los prejuicios que desvalorizan el magisterio, etc. Es un tema demasiado serio para que lo abandonemos exclusivamente en manos de los políticos, que no se ocuparán de él si no lo suponen de interés urgente para su provecho electoral: también aquí la sociedad civil debe reclamar la iniciativa y convertir la escuela en" tema de moda" cuando llegue la hora de pergeñar programas colectivos de futuro. Es preciso convencer a los políticos de que sin una buena oferta escolar nunca lograrán el apoyo de los votantes. En caso contrario, nadie podrá quejarse y no queda más que resignarse a lo peor o despotricar en el vacío. Por decirlo con palabras de Juan Carlos Tedesco en El nuevo pacto educativo la crisis de la educación ya no es lo que era: "no proviene de la deficiente forma en que la educación cumple con los objetivos sociales que tiene asignados, sino que más grave aún, no sabemos que finalidades debe cumplir y hacia donde efectivamente orientar sus acciones". En efecto el problema educativo ya no puede reducirse sencillamente al fracaso de un puñado de alumnos por numeroso que sea, ni tampoco a que la escuela no cumpla como es debido las nítidas misiones que la comunidad le encomienda, sino que adopta un perfil previo y más ominoso: el desdibujamiento o la contradicción de esas mismas demandas ¿ Debe la educación preparar aptos competidores en el mercado laboral o formar hombres completos? ¿ Ha de potenciar la autonomía de cada individuo, a menudo crítica y disidente, o la cohesión social? ¿ Debe desarrollar la originalidad innovadora o mantener la identidad tradicional del grupo? ¿Atenderá a la eficacia práctica o apostará por el riesgo creador? ¿ Reproducirá el orden existente o instruirá a los rebeldes que pueden derrocarlo? ¿Mantendrá una escrupulosa neutralidad ante la pluralidad de opciones ideológicas, religiosas, sexuales y otras formas de vida (drogas, televisión, polimorfismo estético...) o se decantará por razonar lo preferible y proponer modelos de excelencia? ¿ Pueden simultanearse todos estos objetivos o algunos de ellos resultan incompatibles? . En este último caso ¿Cómo y quién debe decidir por cuales optar?. Y otras preguntas se abren, por debajo incluso de las anteriores hasta socavar sus cimientos: ¿ Hay obligación de educar a todo el mundo de igual modo o debe haber diferentes tipos de educación, según la clientela a la que se dirijan?, ¿es la obligación de educar un asunto público o más bien cuestión privada de cada cual?, ¿acaso existe obligación o tan siquiera posibilidad de educar a cualquiera, lo cual presupone que la capacidad de aprender es universal?. Pero vamos a ver: ¿porqué ha de ser obligatorio educar? Etc, etc. Cuando el número de preguntas y su radicalidad arrollan patentemente la fragilidad recelosa de las respuestas disponibles, quizá sea hora de acudir a la filosofía. No tanto por afán dogmático de poner pronto remedio al desconcierto, sino para utilizar éste a favor del pensamiento: hacernos intelectualmente dignos de nuestras perplejidades es la única vía para empezar a superarlas. Como individuos y como ciudadanos tenemos perfecto derecho a verlo todo muy negro. Pero en cuanto educadores no nos queda más remedio que ser optimistas ¡ay! y es que la enseñanza presupone el optimismo tal como la natación exige un medio líquido para ejercitarse. Quien no quiera mojarse, debe abandonar la natación; quién sienta repugnancia ante el optimismo, que deje la enseñanza y que no pretenda pensar en qué consiste la educación. Porque educar es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber que la anima, en que hay cosas (símbolos, técnicas, valores, memorias, hechos...) que pueden ser sabidos y que merecen serlo, en que los hombres podemos mejorarnos unos a otros por medio del conocimiento. Hablaré de el valor de educar en el doble sentido de la palabra "valor": quiero decir que la educación es valiosa y válida , pero también que es un acto de coraje, un paso al frente de la valentía humana. Cobardes o recelosos, abstenerse. Lo malo es que todos tenemos miedos y recelos, sentimos desánimo e impotencia y por eso la profesión de maestro -en el mas amplio sentido del noble término, en el mas humilde también- es la tarea más sujeta a quiebras psicológicas, a depresiones, a desalentada fatiga acompañada por la sensación de sufrir abandono en una sociedad exigente pero desorientada. De ahí nuevamente mi admiración por vosotras y vosotros. Y mi preocupación por lo que os - nos debilita y desconcierta." Buenas noches. Ana Sobre el autor: • Fernando Savater* en "El valor de Educar", Filósofo español y uno de los más influyentes pensadores contemporáneos. Ha publicado, entre otros: •ética para Amador. •El Valor de Educar. •La Voluntad Disculpada. •Diccionario Filosófico. •Los Caminos para la Libertad: ética y Educación. Fuente: •  www.contexto-educativo.com.ar

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